miércoles, 26 de diciembre de 2007

La bicicleta no sólo es nuestra

La bicicleta
Defínase a "la bicicleta" como el arte de hacer girar una rueda, en este caso de dinero, cuando no hay ni rueda, ni dinero. La bicicleta bien hecha hará que algún pillo se lleve el dinero que no había pero que por el efecto centrífugo de la bicicleta apareció. Por el contrario, los tontuelos de ocasión se quedan de a pie, sin dinero y sin bicicleta

Algunas grandes bicicletas nacionales
Arteche, héroe de la materia cuya vida fue recreada en el 7º arte en la película "Plata dulce", nos recuerda el modo procesista de la bici financiera cuando saca créditos para financiar cajas vacias. Sin embargo es la bicicleta reciente - la convertibilidad- la que nos mostró que en esta ciencia el que sabe, sabe y se lleva los dólares afuera como hicieron un monton de empresas y bancos cuyo nombre recuerdo, de manera constante durante los `90 y de manera escandalosa en el período megacanje-corralito, y el que no sabe se fuga en helicóptero y deja un tendal de ilusos con dólares de ciencia ficción en bancos de respaldo idem.

La famosa crisis del mercado hipotecario yanki
Ahora bien, los yonis han mirado al sur y crearon un boom ciclístico(el segundo que estalla en lo que va del siglo XXI, el primero fueron las "puntocom) que consiste en prestar mas de lo que se debe prestar para que el ciudadano adquiera su vivienda o se mude a una mas cara, esto, obviamente, generó un incremento del valor de las propiedades y motorizó ganancias inusuales para los que estan en el mercado inmobiliario y de la construcción. Ahora bien, estos créditos dados generosamente están apalancados en hipotecas, razón por la cual ante una cesación de pagos masiva alguien pone la plata porque sino se pudre todo (forma abreviada de enunciar la crisis social que implica que la clase media norteamericana se baje de la rueda del crédito permanente que apuntala la primera economía del mundo). En este caso los que ponen la plata son los bancos centrales de USA y de Europa (también golpeados por el sacudón) porque prefieren apagar el incendio a costa de tener que hacerlo con agua mineral. ¿quién se la lleva?, apueste amigo a que varios de los bancos que dieron esos créditos fáciles tienen algún conocido que construyó y vendió la casa sobre la cual se trabó la hipoteca para garantizar el crédito.

martes, 11 de diciembre de 2007

HACIA LA FORMULACIÒN DEL ESPACIO POLÍTICO

aportes para la construcción del marco teórico del kichnerismo
Prólogo

Apenas pasado un lustro después del “que se vayan todos”, el sistema político nacional no sólo no ha dado muestras de su renovación sino que, por el contrario, ha profundizado su lógica autoreferencial y centrista profundizando el divorcio con la sociedad civil que, en el ejercicio de su inconsciente colectivo, transmutó rápidamente de su resistencia activa hacia un nihilismo militante que encuentra en la ponderación de figuras como la de Mauricio Macri su mejor síntesis.
La formación de colectivos políticos ya no es el camino natural que se recorre en la búsqueda de poder, por el contrario, es la suma de proyectos individuales menores que convergen en proyectos individuales mayores como si fuera que el poder transita solamente por una red de vínculos singulares interpersonales.En la dinámica descripta se licuan las viejas estructuras partidarias frente a un proceso bifronte, por un lado la carrera política se desprende de un armado colectivo y por el otro los lazos generados sobre paradigmas individuales suelen ser mucho más pragmáticos y volubles que aquellos que nacen de relaciones plurales. Todo el bagaje cultural que presupone una construcción colectiva –símbolos, valores, dogmas, etc.- se torna vaporoso y dinámico en el estadio actual de las relaciones políticas individuales. Así, los consensos en esta forma de construcción política no se basan en acuerdos macro (que presuponen siempre la contención de estructuras mayores) sino que trasuntan sobre resortes individuales que se encuentran en la coyuntura pero que en su punto de llegada y en el de salida no prevé el mediano y largo plazo, es decir, no vislumbra un proyecto político de trascendencia. Todo adquiere una absoluta lógica de costos y beneficios de realización inmediata (sobre todo los beneficios) que explica el núcleo central de los acuerdos.
Esta inmediatez de la política se revela en las fulguraciones y ocasos de nombres y/o espacios individuales de poder que se pierden en la memoria de la historia (¿alguien se acuerda de “los sushi”?) postergando la construcción de un verdadero proyecto de nación.

El Kichnerismo: ¿transición o modelo?Frente al panorama descrito naturalmente se presenta la necesidad de indagar al kichnerismo como fenómeno político, razón que obliga a su interpretación política e histórica a la luz de la construcción de un proyecto superador.
La propia historia explica al kichnerismo como emergente del péndulo histórico de la post-convertibilidad. Sin lugar a duda, el 1 a 1 define todo el proceso de los ´90 al punto tal que la finalización de aquel ciclo se da con la salida de la misma a principios del 2002. Con todas las objeciones que se le deben, la convertibilidad fue un (macabro) proyecto de país. Las relaciones entre los sectores sociales se modularon alrededor de un modelo económico que definió casi inmediatamente el arco de relaciones internas y externas y que obligó a los sucedáneos a rendir pleitesía al tótem de la paridad hasta que la percepción social (ligada casi linealmente a la situación económica de los sectores medios y medios altos urbanos) se vió frente al espejo de la realidad que los mostraba en bancarrota. No debe soslayarse que De la Rúa e incluso el primer Duhalde debieron dar fe pública de “un peso, un dólar” y que solo la quiebra virtual del país hizo que la sociedad toda replanteara su percepción del mundo y de si misma.
Sobre este barajar y dar de nuevo, el Kichnerismo llega al poder tributario de dos escenarios: el primero, la aversión mayoritaria de la sociedad para con todo aquello que tenga tufillo a “menemismo” y la segunda, la “sensación de salida” de la crisis que logra generarse sobre el último tramo de la presidencia de Duhalde, sensación que barrunta sobre la construcción de un imaginario de proceso económico “nacional” y totalmente distinto a los ´90 que incluso lleva al Kichner candidato a la necesidad de afirmar la continuidad de Lavagna en su administración como garantía de continuidad de tal proceso.
A esto, Kichner, ya presidente, supo sumar la empatía de gran parte de la sociedad al fijar su política de DDHH y al ir contra el último emblema de la “pizza y el champan” la Corte Suprema de Justicia. Del mismo modo, logró desembarazarse de ambos “padres” del proceso previo a su presidencia (Lavagna y Duhalde) logrando quedarse con la “patente” del nuevo modelo, fijando un discurso en el cual pone al “pueblo” como sujeto defraudado de la estafa de los `90y él se arropa en el traje de rescatador del pueblo estafado. Cierra este ciclo la salida del default y el pago al FMI, cargando este último hecho una simbología especial que permite consolidar en la figura del Presidente al ejecutor del cierre final de los ´90.
Paralelo a estas definiciones centrales de la primera etapa del Kichnerismo aparece dos ideas medulares y enlazadas de formulación del espacio político contenedor, la transversalidad (hoy concertación plural) y el “congelamiento” del peronismo.
El concepto transversal va a explicar la apertura de alianzas hacia la izquierda del arco político desde dónde va a traccionar –fundamentalmente- con la impronta de las políticas de DDHH y de revisión histórica de los ´70 y la dictadura. Asimismo, va a acumular a gran parte de los movimientos territoriales nacidos en la post-devaluación (piqueteros) y va a mirar la región desde una óptica benévola para con los movimientos de izquierda (desde Chavez a Bachelet) sintiéndose parte del proceso regional que se da en tal sentido. Todo esta acumulación de referencias construirá el plexo ideal de un gobierno “de izquierda” que el propio Presidente reivindica para sí desde lo discursivo cuando debe pararse frente a otras referencias políticas. Sin embargo, esa transversalidad no llega a cuajar en un espacio político nuevo y esto sucede puntualmente por defección del sistema político reseñado. La desarticulación de los colectivos políticos hace que la reformulación de los espacios de consenso se den de a uno y cada uno con su propia lógica, la que muchas veces es la lógica de la prebenda. Fluyen hacia el espacio del kichnerismo (atraídos en muchos casos por el mero poder) actores del radicalismo, del peronismo, de la centroderecha, del socialismo, del ARI, progresistas independientes, etc., pero ni van a la fragua de un espacio político colectivo ni llevan consigo parte sustancial de un colectivo político de origen. Del mismo modo, ni la entonces transversalidad ni la actual concertación plural alcanzan a verbalizar la vocación de construcción de un espacio colectivo superador, dónde la política circule de manera orgánica. No se idealiza aquí una construcción partidaria, por el contrario, solo se refleja la ausencia de un eje contenedor necesario para la acumulación política colectiva. Esta carencia de espacio licua no solo los lugares de referencia, sino que también los ámbitos de discusión, de formación y de desarrollo de los cuadros, al mismo tiempo que sustrae a los actores políticos del lugar de articulación. Todo se resuelve centralmente y ni siquiera los canales de transmisión de la resolución operan sobre una lógica colectiva sino que son suplantados por la dinámica de bandas (aquellos proyectos individuales que se acoplan a un proyecto individual mayor). Este proceso agota rápidamente sus reservas políticas porque naturalmente el capital político en juego siempre lo pone el mismo, aquel sobre donde está el vértice de esa construcción de redes, lo que implica que al cabo de un tiempo que es dado por el acierto y error de las decisiones y por la benevolencia o no de la coyuntura, la continuidad de este sistema termina fatalmente fagocitando a sus propios actores centrales.
Por otro lado, el Peronismo queda como único espacio colectivo con cierta capacidad de cohesión que sobrevive a la crisis del 2002 y va a relacionarse con el Kichnerismo de un modo novedoso para la historia peronista. Kichner va a ser el primer presidente peronista que no va a conducir claramente el movimiento y así como el menemismo partió al movimiento sindical (y así a gran parte del peronismo) profundizando las contradicciones burguesas de sus dirigentes al convertirlos a todos en empresarios, el Kichnerismo partió al peronismo a partir de la necesidad de éste (en la expresión de sus caciques territoriales y cuadros históricos) de homologarse ante la sociedad civil bajo el “manto purificador” del Kichnerismo. Esta situación, que se profundiza en el proceso electoral del 2005, va a dejar encolumnado detrás de Kirchner a un peronismo de baja vinculación con el pensamiento medular del Kichnerismo transversal -cuyo marco teórico refiere directamente a las tendencias de izquierda del peronismo de los ´70 y al desarrollismo como modelo económico- pero de alto apego a la lógica prebendaria del poder presidencial. Así el PJ queda disociado del peronismo no como escisiones puntuales (como fue, por ej., “el grupo de los 8”) sino partido por marcos teóricos distintos. En esta partición queda fuera del PJ la regeneración de cuadros vinculados con la tradición revolucionaria del partido razón por la cual no es difícil aventurar que ese espacio del PJ que hoy se aglutina en contradicción con el Presidente sea el prólogo de una definición ideológica vinculada a la centroderecha y a una tradición del peronismo deudora del conservadurismo-popular.Del mismo modo, en la formulación del espacio político superador que pretende ser la concertación plural se explaya como primer tensión la que se da entre los cuadros provenientes del peronismo de izquierda con la realidad que implica la convivencia con cuadros que al mismo tiempo que se asocian al esbozo de movimiento que implica el Kichnerismo no se desprenden de su lógica pejotista, estos últimos en una relación que transita por caminos de conveniencia y necesidad que muchas veces son de ida y vuelta. A esto debe agregarse la vinculación inorgánica entre el resto de los espacios “no pejotistas” que se aglutinan en este intento de armado (radicales, socialistas, ex frente grande, etc.).
A este punto la disyuntiva que se plantea puede encaminar una respuesta a favor del “kichnerismo modelo de construcción política” sólo si se presupone que el paso ulterior del armado presidencial va hacia una ruptura real con su espacio de origen y el marcado de una divisoria de aguas tal que, aunque en un primer momento contenga las contradicciones señaladas, establezca límites reales, tangibles y previsibles que resuelvan claramente quienes forman esa construcción política y bajo que reglas orgánicas esa construcción se plantea un modelo de crecimiento y una visión de país.Esto es, lisa y llanamente, el armado de un nuevo colectivo político que necesariamente deberá de revestirse de todas las particularidades propias de un partido político y quizás sea esta cuestión la que presente mayor complejidad: como formar un partido político sin que lo parezca tanto como para no desentonar con las percepciones “anti-partidarias” que tiene hoy la sociedad y como hacer para que esta construcción tenga el suficiente peso real que supere en volumen político al propio constructor, lo que implica un ejercicio de desarticulación del centrismo del poder que el propio sistema hoy presenta como forma de ejercicio convalidado, con las consecuencias previsibles señaladas.
En tal sentido, las aspiraciones planteadas por el propio Kichner acerca de cual es su tarea durante la eventual presidencia de Cristina permiten vislumbrar que el Presidente ve y entiende la necesidad de un armado político colectivo y estable que le de andamiaje a un proyecto de Nación, y ve que tal armado hoy apenas se presenta en cuotas racionadas de buenas intenciones y necesidades. Quizás la construcción del post-kichnerismo sea el génesis del movimiento de centro–izquierda que suele identificar Kirchner como aspiración de construcción política. Para tal tarea carga con las contradicciones propias del sistema político que lo prohijó y que él mismo durante su Presidencia ha, por lo menos, tolerado.

La construcción política como legitimación del poder

Como hemos reseñado en párrafos anteriores, la legitimación del Kichnerismo estuvo ligada a referencias nacidas de la contradicción con el sistema económico y político de los 90 y a una revalorización de los tópicos propios del peronismo revolucionario. Todo lo que el imaginario social denostó al final de la fiesta de la convertibilidad fue el capital sobre el cual el Presidente construyó su propia imagen. Con sus déficits, el modelo económico propuesto de preponderancia del mercado interno como palanca de la economía viró radicalmente la matriz de una economía de servicios hacia la construcción de una economía productiva. Esto también generó nuevas alianzas sociales producto natural de los favorecidos por el nuevo orden económico (y de las favorables coyunturas internacionales) y no implicó una ruptura lineal con las alianzas fijadas en la convertibilidad, aunque, también vale decirlo, el peso específico de estas últimas transitó un continuo deterioro (de múltiples razones, propias de un análisis económico que supera las ambiciones de este trabajo) que las coloca hoy en una situación de “espectante defensa”.
El contenido axiológico de esta matriz primigenia se encuentra agotado y las alianzas vinculadas con las condiciones de la economía se encuentran saldadas por el lado del capital hace ya un buen rato.No es casual, entonces, que la primera idea fuerza de la campaña de Cristina sea “el cambio recién comienza”. Evidentemente, pese a que el arco político no logra generar, por ahora, oposición real al tandem Kichnerista, tan cierto como esto es que el Kichnerismo debe reinventarse o, por lo menos, renovar su contenido valorativo para poder homologarse ante una sociedad cuyas demandas políticas son superficiales y fácilmente influenciables, pero que a la hora de la justificación del sistema se vuelve sumamente autoreferencial en sus demandas legitimantes.
Esta reinvención implica, para afuera, la cimentación de un nuevo baremo de valores (el cambio, la institucionalidad, la profesionalización de la gestión, etc.) desde el cual articular su relación con la sociedad. Para adentro, esa legitimación precisará con urgencia el compromiso de un armado que sostenga desde la convicción profunda el desarrollo de un modelo de Nación que se cohesione de manera tal que permita construir por su propio peso específico la referencia contraria y sincere el debate de fondo que debe construir el sistema político: las ideas de igualdad y libertad, de izquierda y derecha, adquieren carnadura real a la hora de plantear como se construye y se reparte la riqueza de un país. Y estas visiones deben sostenerse en el tiempo dentro de las estructuras colectivas que la contengan y que puedan transitar los lugares naturales de la política (el ejercicio del poder o de la oposición) con la suficiente inteligencia para operar sobre los ciclos históricos favorables y resistir ante las situaciones adversas.
Esta idea, que implica una suerte de “contrato social” aplicado a un espacio político, adquiere funcionalidad cuando se observa que la ausencia de esta construcción (o por lo menos del intento de su construcción) hace permeable a cualquier proyecto político de las defecciones propias de sus ciclos vitales. Puesto blanco sobre negro, aunque este garantizada una victoria de Cristina, su llegada al poder y el tránsito hacia el 2011 en las actuales condiciones remite a un esquema de alianzas de baja fiabilidad a la hora de la construcción de un proyecto de largo aliento pues muchos de estos actores precisan de una cercanía extrema al aparato del poder para su subsistencia. Ergo, ante el menor declive de la legitimación externa, perderá inmediatamente la legitimación interna.
Así, naturalmente surge la necesidad de construir capital legitimante en la formulación de un espacio político nuevo que implique un marco teórico en el cual se definan aquellas visiones básicas de todo movimiento político y que al mismo tiempo exprese un conjunto de prácticas y modos de construcción que conviertan en praxis políticas la vocación de poder. La formulación de un relato político propio, también, deberá darse como forma de expresión hacia el afuera del espacio político que permita comunicar el quiebre y las continuidades con las tradiciones formadoras y desde este lugar convoque a los distintos grados de participación que tiene todo movimiento político.Saldar estas definiciones será, en síntesis, la tarea que debe encarar el kichnerismo para realizarse en la imagen que pretende para sí, la formación de un nuevo espacio político que recoja las mejores tradiciones del campo nacional y popular para incorporarlas al movimiento político que defina la matriz del presente siglo.